Actualidad rabiosa.    
     
(Por Ludovic Carlsson Svenson, "Cegatito de San Bernardo").    
 

Pamplona (España), 16 de septiembre de 2009. Si lugar a dudas, uno de los días más importantes para la Literatura con mayúsculas. Melgibson (Jefe de los Servicios Médicos de Revillita) ha presentado su libro "Mis ovoides, siempre mayestáticos", en el que rinde merecido homenaje a sus órganos genitales, porque según él "están ahí colgando siempre sin decir nada, y no me han dado más que satisfacciones." Se trata de un volumen  compuesto por varios poemas en los que el joven escritor ha rebuscado en lo más hondo del alma para extraer sus sentimientos más ocultos. Melgibson estuvo acompañado por todos los miembros de la cuadrilla y por multitud de escritores, periodistas y personajes destacados de la vida pública. Tras finalizar la presentación del libro, estuve hablando un rato con él para que nos informase un poco más sobre su nueva obra.

- Amigo Melgibson, es un placer asistir a la presentación de tu nuevo libro de poesía, que no es el primero que publicas.

- En efecto, mi primera obra fue “Ricardita, tú que derrumbas mi alma y todo lo que sea de derrumbar”, y me sirvió de mucho desde el punto de vista personal, pues tuve que rebuscarme en mi interior haciendo un gran ejercicio de autoconocimiento, como si no me hubiese presentado.

- Era un gran libro y yo disfruté mucho con él, aunque no lo leí, pero hablemos un poco de ti para que te conozcan mejor los aficionados. Tú eres informático, pero te han dado muy pocas palizas.

- Así es, he tenido mucha suerte, aunque también es verdad que siempre he sido prudente y no he contado eso a casi nadie, para no provocar.

- Haces muy bien. En la cuadrilla de Revillita desempeñas el cargo de Jefe de los Servicios Médicos, y todo el mundo reconoce tu labor.

- Sí, Apoderao me ofreció el cargo con la intención de reforzar la cuadrilla, y creo que he encajado muy bien con todo el mundo.

- Para ellos es un alivio contar en su equipo con un joven tan preparado como tú.

- Sí, sobre todo cuando estoy lejos.

- Te has integrado perfectamente en la cuadrilla, incluso dicen que sabes animar a todos cuando están un poco bajos de moral.

- Claro, porque tengo mucho sentido del humor. Te voy a gastar una broma muy buena sin que te des cuenta, dime cuánto es cinco por cinco.

- Veinticinco.

- Vaya, se me ha olvidado cómo termina, pero es para mondarse.

- No lo dudo, se te intuye un ingenio desbordante.

- Pues así todo el día, para que veas el ambiente que tenemos.

- ¿Qué les dirías a los chicos que quieren ser informáticos?

- Hombre, les recomendaría que lo pensaran muy detenidamente y considerasen si de verdad les compensa dar semejante disgusto a su familia.

- Bien, vamos con el asunto que nos ocupa, has despertado una enorme expectación con tu nuevo libro de poemas.

- Yo pensaba que tendría buena acogida, pero reconozco que estoy un poco desbordado, porque ha venido mucha gente y esto no es frecuente en nuestro país, ya sabes que aquí se lee muy poquito.

- Tienes un gran tirón mediático, y además, tu libro es realmente singular. ¿Cómo se te ocurrió rendir este homenaje a tus ovoides?

- Era de justicia, porque tengo unos ovoides bastante polivalentes.

- ¿Para qué te sirven, además de los usos normales que no es preciso detallar?

- Por ejemplo, si estoy en un sitio con poca cobertura para el móvil, sólo tengo que sacarme la cola y orientarla hacia el repetidor de Telefónica.

- No me digas que eso funciona.

- Claro que no, pero me entretengo un rato, que no es poco. Y a la gente le hace gracia.

- Dime otros usos tan útiles como éste, o aún más útiles, si cabe.

- Por ejemplo, para identificar a tipos peligrosos.

- Dime cómo lo haces.

- Muy sencillo, si voy por la calle y un tío me pega una patada en los ovoides, ya sé que es peligroso y por consiguiente, me mantengo alejado de él para evitarme un disgusto.

- Eres un lince, observo que tus ovoides te sitúan en una situación de clara ventaja y la sabes aprovechar.

- Por supuesto, pero quiero aclarar que tampoco hago un uso abusivo de mis facultades, porque soy muy discreto y no me gusta presumir.

- Siendo consciente del gran valor de tus congoleños, supongo que habrás contratado un seguro específico para ellos, como hacen las estrellas de Hollywood con su voz, piernas, etc.

- Sí, he pensado hacer algo con Mutua Madrileña, que me caen muy simpáticos desde que patrocinan a Fernando Alonso.

- No dudes que estarán encantados de trabajar contigo, ahí es nada, decir que colaboran con Melgibson. Con la publicidad que les puede dar el asunto, apuesto a que te sale gratis.

- Es posible, aunque yo tampoco quisiera aprovechar mi tirón mediático para obtener una posición de ventaja, es decir, ventajuda.

- Eso te honra, Melgibson. Revillita tiene motivos sobrados para estar orgulloso de su cuadrilla, formáis un equipo muy compacto.

- Lo dices porque tiene mucha compactación.

- Sí, veo que me has entendido perfectamente. Me gustaría que recitases para los lectores alguno de los poemas de tu nueva obra.

- Será un placer, si te parece, voy a recitar el poema Nº 23, cuyo título es “Porque los llevo colgando, me se han hecho inseparables”.

- Me parece estupendo, no dudo que será una pieza maestra.

- Pues allá voy.

 

Poema 23: Porque los llevo colgando, me se han hecho inseparables.

 

Yo tengo dos pelotones.

Son muy bravíos, a la par que esféricos.

Entonces digo que su radio de curvatura es prácticamente constante

porque me los midió mi primo que es carpintero

con una cinta métrica bien calibrada

que mangó en el Leroy Merlin. 

 

Algunas chicas no me dejan insertar,

son sólo unas pocas,

el 99% aproximadamente,

o quizá alguna más, pero con el resto,

mantengo unos registros espectaculares.

Soy un hacha. 

 

El gatopardo.

Yo estaba jiñando en la agreste campiña,

agachadito tras la floresta,

cuando sigiloso me se acercó

el miserable felino por la espalda.

Despreocupados mis ovoides,

colgando libres al aire de la tarde,

refrigerándose voluptuosos por convección natural,

mientras se acercaba en silencio, cada vez más

el cruel gatopardo.

El zarpazo hiriente, certero en mis bolsas escrotales,

y ese Melgibson que arranca y corta el aire con un grito aterrador,

presos sus ovoides en las garras insaciables

de un animal despiadado que no suelta.

Esto sí que es pupita, jolines,

por no decir caracoles, término sensiblemente más ofensivo

que procuro evitar siempre.

Yo no era casi nada cuando por fin se fue

dicho gatopardo. 

 

Mis ingles, siempre sofisticadas.

Acabo de hacerme en las pelambreras inferiores un recogido muy cuco

y me he puesto, no sin esfuerzo, una peineta rojigualda

en honor de la Selección Española de Natación Sintonizada

que tantos días de gloria ha dado a nuestro país

con esa Gemma Mengual que quita el sentío.

Me pongo en pie entusiasmado y con emoción contenida agarro mis ovoides

para gritar a los cuatro vientos "Viva Honduras", perdón, "Viva España". 

 

Los calzoncillos del Caprabo socavan mis ovoides.

Son de una felpa muy abigarrada, enjundiosa,

y a resultas del rozamiento,

me los cargan de electricidad estática, y entonces,

se rebelan y se pelean entre ellos.

Últimamente anda más fuerte el derecho,

pero creo que el izquierdo no ha dicho entodavía

su última palabra.

Desapruebo este ambiente de crispación

entre mis ovoides. 

 

El veterinario de Arnedo no me respeta.

Me los oprime cuando voy con dolor de garganta,

dice que es para equilibrarme el centro de gravedad,

pero me da unos tirones en la cola

que me deja pensativo.

Intuyo que a este cabrón le han dado el título

en una tómbola.

 

Mi disfunción eréctil, siempre inoportuna.

Esto no me gusta contarlo pero voy a hacerlo

en aras de la transparencia,

que es cuando no hay persianas,

y se puede ver a través de las cosas opacas.

Aquello me ocurrió con Mari Puri La Estruendosa.

Tenía yo preparada una cena romántica,

venga de mortadela y berberechos, pan Bimbo -que no falte-,

y también mantel con velas (y un extintor a mano, por si acaso).

Después de cenar, fui a lucirme, pero

no sé si me sentaron mal los berberechos, el extintor o qué,

el caso es que me quedé encogidillo, sin reprís.

Lo peor fue que Mari Puri se lo contó a su marido

y eso lo veo moralmente muy mal. 

 

En la noche oscura de mi alma he soñado

con un mundo mejor, más agradable.

Estaba todito lleno de suecas, y había una,

Antoñita Gústafsson, 

que no quitaba ojo a mi periscopio,

espectacular donde los haya.

Esto es porque las suecas son muy jodías,

y en general, todo lo que viene de Copenhague. 

 

Mi sequedad vaginal,

siempre angustiosa.

Yo creo que esto no es cosa mía,

pero me ha dicho mi novia que lo ponga

y no quiero buscarme una ruina

con esa fiera.

Ésta es capaz de sacudirme con el rodillo de amasar pan, o peor aún,

con la furgoneta de transportar pan,

sólo por no hacerle caso.

Pero tiene buen fondo,

la hijaputa. 

 

Cada vez que me nombran al gatopardo

me se saltan las lágrimas. 

 

Mi trabuco impresiona.

Me lo ha dicho Paquita Contreras, que estudió en Ursulinas

y ha visto de todo.

Yo no me doy importancia y lo dejo colgar libre,

gravitabundo,

como peinado por el viento.

El otro día me lo pillé con la tapa del piano,

en una operación rutinaria de mantenimiento,

tratando de afinar el re sostenido,

que se sostuvo,

no así la tapa.

Dios mío, no lo quiero de recordar, no lo quisiera:

una tapa que se cierra violentamente de improviso

y ese Melgibson que arranca y corta el aire con un grito aterrador

y desde ya decide orientar su afición musical

hacia la guitarra española, siempre bravía

y claramente menos peligrosa.

Advierto a los muchachos bien dotados que se absengan de manipular

instrumentos musicales con tapa. 

 

Tampoco resulta aconsejable

meter la cola en un cuadro eléctrico: es peligroso.

Yo lo he probado y puedo dar fe de que no todos tienen

protección diferencial.

Penita de instalaciones eléctricas que no cumplen adecuadamente

el Reglamento Electrotécnico de Baja Tensión. 

 

Mis bolsas escrotales,

siempre enjundiosas.

Yo no quiero presumir, no, que opinen los demás pero,

cada vez que las contemplo me parecen

verdaderamente hermosas.

Creo que voy a sacarles una foto

para ponerla en el cuarto de estar, y también,

como fondo de pantalla en el ordenador,

algo con buen gusto y elegancia

para que mis padres estén orgullosos. 

 

A veces pienso que no merezco mis ovoides, tan grandiosos,

¿qué habré hecho yo en esta vida para gozar de tal privilegio?

Es cierto que una vez, sería al alba,

ayudé a mi madre a abrir un bote de tomate Orlando

que estaba muy duro,

pero aparte de esa hazaña,

no recuerdo otras de similar envergadura. 

 

Mis erecciones, siempre ampulosas.

Yo es que no tengo término medio.

Por las mañanitas, cuando me incorporo,

estoy muy bravío,

asombra la exultante verticalidad de mi rabilargo.

Me vengo arriba, no sin estrépito;

suelta, Mari Pili, suelta por Dios,

tú siempre quieres tener

la sartén por el mango,

pero yo no soy una sartén.

Joder, qué tirones pega esta chavalota.

A menudo me recuerdas

al veterinario de Arnedo. 

 

Me gustas cuando callas porque estás como ausente,

y me oyes de lejos y mi voz no te toca.

Ya sé que esto lo escribió Pablo Neruda, pero lo pongo

porque ese señor está muerto,

y ya no puede ponerme una demanda, el animal. 

 

Hay días en que no está uno

ni para estudiar el algoritmo diferencial cuántico de Newman-Plotowsky. 

 

Mis calzoncillos,

siempre sobrecargados.

Yo lo achaco al calentamiento global del planeta,

que dilata mis perímetros escrotales, y por tanto

aumenta la masa suspendida,

como viene siendo habitual desde Arquímedes,

que era muy observador y no se le pasaba una. 

 

Se me puso tiesa en agosto, sí, lo reconozco.

No hubo premeditación por mi parte, fue un impulsivo,

pero al hablar con aquella chica tan inteligente

y con ese par de tetas,

que yo ni me fijé ni nada,

aquello se puso cuesta arriba

y venga de emerger.

Me emociono al recordar esos momentos

porque soy un romántico incurable. 

 

Mis cacas, siempre tumultuosas.

Me ocurre cada vez que almuerzo judías con chorizo:

tras una digestión ardua y bravía, rica en decibelios,

de repente, es decir, derepentemente,

surge arrollador el palomino traicionero

con todas sus circunstancias,

y me deja el calzoncillo

visto para sentencia.

Me conmueve pensar en el final dramático

de mi abnegado calzoncillo.

 

Mis escarceos homosexuales,

siempre pintorescos.

Por hacerle un favor a Jordi de Tortosa,

que me regala en Navidad un cava excelente,

me puse detrás y pasé un buen rato dale que te pego

aunque no terminé de sacarle chispa.

Al menos yo estaba de pie y no me fastidié la espalda,

cosa que nunca está de más desde el punto de vista de la ergonomía,

pero Jordi se quejaba después de la zona lumbar.

Eso le pasa por ser

maricón perdido.

 

Mari Pili Torresnos, amada mía,

rayo de incesante luz que ilumina mi despertar,

tú sabes

que no paso ni cinco minutos sin pensar en ti,

que mi corazón seguirá latiendo mientras sienta próximos los latidos del tuyo,

que tan sólo concibo mi existencia si es para adorarte. Mari Pili,

te quiero más que a mi vida, pero por tus muertos,

no me traigas a casa

un gatopardo.

 

- Te felicito sinceramente, Melgibson, si todo el libro mantiene este nivel de calidad, te auguro lo mejor.

- Gracias, honestamente creo que el resto de poemas no le van a la zaga a éste.

- Me ha emocionado sobremanera el episodio del gatopardo.

- Fueron momentos trágicos para mí, cada vez que los recuerdo me se hace un nudo en la garganta, a nivel isquiotibial, aproximadamente.

- Cómo se nota que dominas la jerga de los médicos, bandido.

- Sí, creo que estoy a un nivel bastante bueno.

- No me imagino lo que será ver que tus ovoides se hallan presos en las garras de un felino inmisericorde.

- Es una sensación violenta, que roza lo desagradable. Te aseguro que el gatopardo es realmente obstinado en el agarre.

- Esa impresión he sacado de tus versos, pero hablemos de otras cuestiones. Se comenta en determinados foros de Internet que tus albondiguillos no son iguales, sino que tienes uno más grande que otro.

- No sé de dónde ha salido ese rumor, pero lo desmiento, fíjate si son igualitos que en muchas ocasiones he tenido problemas para saber cuál es el ovoide izquierdo y cuál el derecho.

- ¿Y cómo has hecho para salir de dudas?

- Me he tatuado una “D” mayúscula en el ovoide derecho.

- ¿Y en el izquierdo?

- En ése no he tenido que hacer nada, pues lo identifico por deducción.

- Te lo digo una vez más, eres un lince.

- Por favor, omite citar a los despiadados felinos, que me traen malos recuerdos.

- Así lo haré de ahora en adelante. También he leído que tu albaricoque derecho es partidario del jovial y simpático Rajoy, mientras el izquierdo tira más hacia el bobo solemne de La Moncloa.

- Cegatito, yo nunca me he metido en política, pero soy observador y veo cosas… en efecto, hay detalles que me hacen pensar que mis ovoides discrepan sobre estas cuestiones, a veces con exceso de pasión, pero siempre dentro de los preceptos constitucionales.

- Eso está muy bien, me tranquiliza saber que tus cacahuetes tienen unos principios y un saber estar que no es muy común en nuestros días.

- Sí, en ese aspecto me considero muy afortunado, pues en ocasiones observo lo que hacen los ovoides de otros y francamente, me se cae el alma a los pieses.

- Hay poca educación, eso es lo que ocurre.

- Yo no sé si hay poca educación porque la gente está preocupada por otras cosas o si la gente se preocupa de otras cosas porque no tiene educación.

- Ésa es la eterna pregunta, Melgibson, ¿qué fue primero, el huevo o el gallináceo?

- Todavía no lo sé, Cegatito, pero creo que si me pongo a investigarlo a fondo, tampoco.

- Una pena.

(Fin)

 

"Siempre he pensado que en la poesía española estaban de más algunos cantamañanas sobrevalorados como García Lorca, Góngora o Gustavo Adolfo Bécquer; sin embargo, jóvenes talentos como Melgibson hacen que me reconcilie con la tradición más gloriosa de nuestra Literatura."