"La nada, que es
cuando hay menos que un poco."
Mis noches sin ti son
como las noches
cuando no estoy contigo,
no sé si me explico,
pero me se hacen largas de cojones.
Te recuerdo en el lecho, lánguida,
desposeída de tu ropa,
en completa desnudez,
que estabas en pelotas, vamos,
yo te miraba, y al tiempo,
me surgía vertical ese pedazo de herramienta
española y bravía,
y venga de empujar,
por no perder el tiempo y asegurar bien el
concepto,
porque las cosas
o se hacen bien o no se hacen.
A ver si quedo un día de estos
con el cabrón del albañil
que entodavía no me ha terminao
los azulejos del váter.
Su puta madre.
Noche de mayo, noche estrellada,
me relajaba contemplarte durante horas:
por mirarte eternamente hubiera dado
todo lo que no es mío;
por escuchar tus suspiros hubiera soportado
al calvo de Telecinco
que entrevista a Fernando Alonso,
(Hamilton, te jodes como Herodes);
hubiera contado uno a uno
todos los olivos que hay en Jaén,
provincia olivarera por antonomasia;
hubiera ascendido yo solo al Everest
sin oxígeno, o lo que allí sea costumbre de
respirar
esos chinos de los cojones;
hubiera entregado hasta la última gota de mi
sangre
aunque ello supusiera -intuyo- quedarme
desangrado,
si me permiten la escasez
de hemoglobina;
lo hubiera dado todo por ti, Ricardita,
que nunca me diste nada, ni siquiera
el chalet que tienen tus padres en Sanlúcar
y sólo van una semana al año, los cabrones.
¿Qué es poesía?, me preguntas
mientras clavas en mi pupila
tu pupila azul.
Poesía, Ricardita,
es algo de un libro de Bécquer,
que tiene puesto mi madre
para calzar el mueble bar.
Me echabas mano a los ovoides,
me echabas mano,
y yo, ansioso de plenitud,
ebrio de añoranza intrínseca y a la vez
conmutativa o como se diga,
me dejaba,
ya lo creo que me dejaba,
porque tengo buen conformar,
no soy de discutir y menos,
si no tengo un control pleno de mis ovoides.
Tú lo que tienes mayormente es que me pones de
los nervios,
amada mía,
venga de criticar a todo el mundo,
sobre todo a mi madre,
que siempre se portaba fenomenal contigo
y nunca te dijo lo que piensa de ti
porque es muy buena.
Y tú, venga de criticar a mis hermanos,
a mi prima Vanessa,
que aunque tiene pinta de puta es muy buena
gente
y nunca le ha quitado un cliente a nadie.
A todos criticabas sin razón, a todos,
desoladora y cruenta, sin embargo hermosa
mujer,
a todos menos al butanero,
al que solías llamar con frecuencia para que
viniera a casa
aunque tenemos todo eléctrico.
Es que hay cosas que yo no me explico,
reina de mis pensamientos,
desde un punto de vista
meramente energético y/o termodinámico.
Eras fulgor en mis brazos,
te contemplaba azorada, tímida,
como con timidez,
agotada tras amarnos apasionadamente en la
desoladora penumbra.
Henchida mi alma,
fui a preparar un par de bocatas muy bravíos
y algo para ti,
pero no quedaba pan Bimbo,
no quedaba nada,
otra vez,
la nada.
Seguro que ha sido el cabrón del albañil
que estuvo ayer poniendo
las baldosas del balcón.
Siempre la nada.
Me gustas cuando callas porque estás como
callada,
que es casi nunca, joder,
que no respetas ni el fútbol, Dios mío, ni el
fútbol,
ese arte que emociona a millones de seres
inteligentes, y sin embargo,
tú venga dar la tabarra con el cáncer de
pulmón de tu padre,
como si me importase,
con lo quejica que es el animal,
que se ha empeñao en respirar con fatigas para llamar
la atención,
estoy seguro.
Yo te he querido Ricardita, yo te querido
mucho,
pero en ocasiones
te ha faltado sensibilitud.
Ser contigo cuando estaba en ti,
y no ser nada si tú no estás,
estar sin ti es no estar,
o como no ser sin llegar a estar del todo,
no sé si me se entiende,
porque hay mucho cabestro que no comprende la
poesía,
ni comprende ná,
que es como la nada,
y ahí es donde yo quería llegar.
Soy un lince.
Entonces nos amábamos.
Nos entendíamos con sólo un gesto,
éramos uña y carne de cerdo,
(yo era la uña, aclaro),
palpitaban nuestros corazones
al unísono, es decir, sin politonos,
y venga de palpitar.
Pero todo acabó un fatídico lunes,
oh, embriagadora tristeza, fistro de lunes,
o quizá era un viernes,
o un día que jugaban Copa del Rey,
no me acuerdo,
el alba separó nuestros latidos,
como separa el viento la hoja de su rama,
como separa el Mediterráneo Palencia de
Valladolid,
y entoncesmente,
nuestros corazones quedaron separados,
todo quedó en nada,
la nada otra vez,
qué mala suerte la mía,
es que pongo un circo y me crecen los
termostatos.
Cada vez que voy a Torrelodones
se me quitan las ganas
de hacer rimas.
Yo siempre he sido muy rumboso para invitar a
los amigos,
sobre todo con el dinero de los demás,
o la Visa Oro de mi padre, que es un fenómeno,
porque me gusta quedar bien,
y no cuesta nada,
una vez más -canastos- la nada,
que me persigue implacable y tenaz,
entiendo por tanto, con tenacidad.
La noche.
Que llega presurosa.
Que me atrapa en su seno,
es decir, senoidalmente.
La noche cerrada, negra.
La noche oscura.
Aquí no se ve ni hostias.
Esto va a ser cosa del cabrón del albañil,
cada vez que viene a hacer algo,
dispara todos los diferenciales.
En aquella época, juvenil, apasionada,
me echaba unas siestas
que no se las salta un gitano,
siempre contigo, siempre, Ricardita,
o si no, con otra, era igual,
el caso era no dar un palo al agua,
porque nunca fui de acaparar,
nunca ambicioné nada,
de nuevo la nada,
siempre al acecho en mi existencia.
La nada, qué jodía.
Me voy a acostar un rato, porque
con esta casta que tengo, lo mismo me dan
ganas
de peinarme,
y a estas horas no me apetece hacer esfuerzos.
Mariposilla de amor, mariposilla,
te acercas grácil a mí,
¿qué me has traído?
¿Tal vez el recuerdo de mi amante lejana?
- No, no te he traído eso.
¿Quizá una añoranza de amores perdidos?
- No, tampoco te he traído eso.
¿Pudiera ser la llave de perro que me dejé en
casa de mi primo El Orejas?
- No, te jodes.
¿O el cuchillo grande que usamos para la
matanza en Socuéllamos?
- No das una, cabestro.
Por favor, no juegues con mi incertidumbre,
eterna y dolorosa a la par,
¿qué me has traído?
- No te he traído nada.
Dios mío, siempre ahí, siempre la nada,
es que no me dais más que disgustos,
cabrones.
Con esa cara de bestia que tienes, Ricardita,
ten por seguro que no te llaman
los de Porcelanosa.
Me rompiste el corazón en mil pedazos,
hablo en sentido figurativo, ojo,
te llevaste mi alma, mi pasión,
mis ilusiones;
te llevaste la cinta amarilla y verde
que me suelo atar en la cola
cuando tengo que recordar algo.
Te lo llevaste todo con frialdad demoledora.
Es que ni tienes educación, ni tienes
Alcobendas,
ni tienes ná.
Porque ya no te tengo estoy marchito,
estoy vacío,
perdido mi palpitar en añoranzas inútiles,
no siento las piernas,
no siento nada.
Siempre la nada.
Porque el mundo es un lugar lleno de albañiles,
y son todos unos cabrones. |